El gobierno de Pedro Sánchez ha decidido, en múltiples ocasiones, tomar un papel activo en el conflicto Israel-Palestina, una postura que ha generado tanto aplausos como críticas. Si bien el tema es de una complejidad innegable y tiene implicaciones globales, cabe preguntarse: ¿es realmente prioritario para España, un país con una lista interminable de problemas internos, involucrarse en un conflicto tan lejano y enrevesado?
Desde mi perspectiva, la obsesión de Sánchez por meterse en asuntos internacionales como el conflicto Israel-Palestina parece más un ejercicio de proyección global que una respuesta a las necesidades urgentes de los españoles. En este artículo, reflexiono sobre por qué el presidente del Gobierno debería enfocar sus energías en resolver los problemas domésticos antes de intentar ser un actor relevante en un escenario geopolítico donde España tiene una influencia limitada.
España, en 2025, enfrenta una serie de desafíos internos que requieren atención inmediata. La economía sigue tambaleándose tras años de inflación, el desempleo, aunque reducido, sigue siendo un problema estructural, especialmente entre los jóvenes, y el acceso a la vivienda se ha convertido en una pesadilla para muchos ciudadanos. A esto se suman las tensiones territoriales, con el independentismo catalán y vasco siempre al acecho, y una polarización política que parece no tener fin. Frente a este panorama, la insistencia de Sánchez en posicionarse como mediador o crítico en el conflicto entre Israel y Palestina resulta, cuanto menos, desconcertante.
El conflicto Israel-Palestina es, sin duda, una tragedia humana y un problema geopolítico de enorme magnitud. Sin embargo, España no tiene un rol histórico ni estratégico que justifique una intervención tan marcada en este asunto. Países como Estados Unidos, Rusia o incluso algunos actores regionales del mundo árabe tienen un peso mucho mayor en la resolución (o perpetuación) de este conflicto. La postura de Sánchez, que ha incluido críticas abiertas a Israel y un reconocimiento unilateral del Estado palestino, parece más una búsqueda de relevancia internacional que una acción con impacto real. Mientras tanto, los españoles lidian con problemas que sí están al alcance del gobierno: el encarecimiento de la vida, la precariedad laboral y una sanidad pública que, en muchas regiones, está al borde del colapso.
La decisión de Sánchez de involucrarse en este conflicto también tiene un costo político interno. Su postura ha generado tensiones con sectores de la sociedad española que ven con recelo este enfoque, especialmente cuando se percibe como desbalanceado. La comunidad judía en España, aunque pequeña, ha expresado preocupación por lo que considera un sesgo antiisraelí en las declaraciones del gobierno. Por otro lado, la izquierda más radical, aliada clave de Sánchez, aplaude estas posturas, lo que sugiere que su posición podría estar más motivada por mantener contenta a su base electoral que por un interés genuino en resolver el conflicto. Este cálculo político, sin embargo, no aborda los problemas reales de los españoles, que esperan soluciones concretas a sus dificultades diarias.
Además, el enfoque internacionalista de Sánchez parece ignorar una realidad fundamental: España no es una superpotencia. Aunque el país tiene una voz respetada en la Unión Europea y en el ámbito internacional, su capacidad para influir en conflictos tan complejos como el de Israel-Palestina es limitada. Cada declaración, cada gesto diplomático, consume tiempo y recursos que podrían destinarse a cuestiones más apremiantes. Por ejemplo, el gobierno podría estar trabajando en un plan integral para abordar la crisis de vivienda, que afecta especialmente a los jóvenes y a las familias de clase media. O podría estar invirtiendo en educación y formación para reducir el desempleo estructural. En cambio, Sánchez parece más interesado en proyectar una imagen de líder global, una ambición que, aunque comprensible, no se alinea con las prioridades de sus ciudadanos.
La política exterior de un país debe estar al servicio de sus intereses nacionales, y es difícil argumentar que el conflicto Israel-Palestina sea una prioridad estratégica para España. Sí, el país tiene lazos históricos y culturales con el mundo árabe, y la cooperación con los países de Oriente Medio es importante, pero esto no justifica desviar la atención de los problemas internos. La postura de Sánchez también corre el riesgo de alienar a aliados clave, como Estados Unidos, que históricamente ha apoyado a Israel. En un mundo cada vez más polarizado, tomar partido en un conflicto tan divisivo puede tener consecuencias diplomáticas que España, con sus propios problemas, no está en posición de asumir.
No se trata de ignorar el sufrimiento humano en Gaza o las tensiones en la región. La empatía y el compromiso con los derechos humanos son valores fundamentales, y España, como miembro de la comunidad internacional, tiene un papel que jugar en la promoción de la paz. Sin embargo, este papel debería ser más discreto, centrado en apoyar esfuerzos multilaterales a través de organismos como la ONU o la UE, en lugar de buscar titulares con declaraciones grandilocuentes. Sánchez debería recordar que su mandato no es ser un cruzado global, sino gobernar para los españoles, que lo eligieron para solucionar los problemas que les afectan directamente.
En conclusión, la insistencia de Pedro Sánchez en involucrarse en el conflicto Israel-Palestina es un error de prioridades. España tiene problemas urgentes que requieren toda la atención y los recursos del gobierno: desde la crisis económica hasta la polarización política y la desigualdad social. Mientras los españoles luchan por llegar a fin de mes o por encontrar un hogar asequible, el presidente parece más interesado en proyectar una imagen de líder internacional que en abordar las necesidades de su país.
¿Debería Pedro Sánchez centrarse en España y dejar de lado a Israel? La respuesta es un rotundo sí. Los españoles merecen un gobierno que ponga sus intereses primero, y eso empieza por enfrentar los problemas de casa antes de intentar salvar el mundo.